Time is money, la célebre frase enunciada por el pequeño de los Franklin, Benjamin (malo, lo sé, pero no he podido resistirlo), constituye, entre otras cosas, un canto a la esencia del capitalismo: el aumento de la productividad. No seré yo quien defienda desde esta bitácora las ventajas de un sistema insaciable, que parece haber devorado a todos sus enemigos (sí, amigos, hay o había otros alternativas, otros modelos de orden: hay vida más allá de este capitalismo voraz) y que no contento con haber vencido, necesita, mal ganador, cobrarnos por la ilusión de que nosotros podíamos formar parte de él, no sólo como elementos productivos sino como beneficiarios de un bienestar y la riqueza que, le pese a quien le pese, nosotros generábamos. Hoy, la inoperancia e incompetencia de quienes nos gobiernan, que no dudan en conculcar derechos, restringir servicios, ajustar salarios y pensiones, mientras nuestros universitarios se ven obligados a emigrar y aumenta imparable, mes tras mes, la cifra de personas sin trabajo, y a la vez, permanecen hieráticos y sin sonrojo ante la duplicidad de administraciones, la megalomanía de sus iguales, el nepotismo, la farsa de la justicia, la corrupción, el caciquismo, las canonjías, las prebendas, la simonía, el enchufismo…, sí, nuestros gobernantes le han quitado la careta al monstruo, le ha despojado de su máscara, nos han abierto los ojos. Gracias.
Pero no es ése el enfoque que me interesa aquí de la frase que inicia este artículo, ni tan siquiera su componente filosófico u emocional (si el tiempo es un recurso limitado, cuanto menos invierta en realizar mi trabajo -con eficacia, claro, porque lo que importa es la eficiencia, no sólo conseguir el fin sino los métodos y esfuerzos empleados en su consecución-, más me quedará para mi ocio) sino darle un giro profesional ayudado por un reciente post colgado en Fieras de la Ingeniería acerca de cómo ha de enfocar un ingeniero el proceso de toma de decisiones.
Saber qué, cuándo, cómo, dónde o a quién le corresponde hacer algo y por qué, tomar decisiones, forma parte de nuestro desarrollo personal y laboral. Afrontar nuestra responsabilidad lleva en muchos casos aparejado el hecho de decidir, lo cual, por definición, significa decir “no” a algo o alguien, y esto, inevitablemente, nos genera inseguridad. Por ello, disponer de estrategias que nos ayuden a enfrentarnos a las situaciones planteadas, por difíciles que sean, nos harán sentir más seguros, fortalecidos.
Antes de secuenciar los pasos a seguir en el proceso de la toma de decisiones hemos de tener claro que elegir una opción significa eliminar otras posibilidades, y, por tanto, la primera regla consistirá en no pensar en aquello que NO hemos elegido y centrarnos en las posibilidades que nos abren los aspectos positivos de la decisión adoptada. Vamos ahora, sin más dilación, a enumerar los principales pasos en la toma de decisiones:
- Determinar racionalmente hacia donde queremos ir.
- Pensar qué queremos conseguir y poner todos los medios para lograrlo.
- Ser conscientes de que el desconocimiento de la totalidad de las repercusiones futuras de nuestra decisión no ha de ser un obstáculo ni un freno para decidir.
- Valorar la flexibilidad, la revocabilidad, la adaptabilidad y la experiencia en el proceso de la toma de decisiones.
Los pasos anteriores pueden sustanciarse así:
1.- Especificar el problema. Identificar la situación que constituye el problema y concretar la situación que queremos resolver.
2.- Describir detenidamente la respuesta que doy al problema. Se podrían contestar a estas preguntas para llevar a cabo estos dos pasos:
- Perfil del problema: Situación problemática: quién está implicado, qué sucede, dónde, cuándo, cómo y por qué sucede.
- Perfil de respuesta: quién lo hace, dónde lo hace, cómo lo hace, qué hace, cuándo lo hace.
3.- Elaborar una lista de alternativas de solución. Consiste en buscar el mayor número de alternativas posibles, cuantas más, mejor, pues la cantidad aumenta las probabilidades de encontrar una que resuelva el problema, y además, en esta fase, se trata de aumentar el número de alternativas, sin criticarlas ni juzgarlas como buenas o malas.
4.- Valorar las consecuencias positivas y negativas, tanto a corto como a largo plazo, de las soluciones propuestas.
5.- Poner en práctica y verificar la solución. Ésta es la parte más difícil, ya que hay que llevar a la práctica las decisiones tomadas. Lo primero que habrá que hacer, será elegir una de las alternativas de entre todas las expuestas. Para ello, habrá que escoger las que sea más beneficiosa. A la hora de elegir entre la alternativa más idónea, se debe de tener en cuenta el orden de prioridades de la persona, debido a que mientras unas personas elegirán las prioridades que tengan beneficios a corto plazo, otras elegirán los que tengan beneficios a largo plazo. Una vez hecho todo esto, habrá que evaluar su eficacia para resolver el problema. Finalmente, si la alternativa resuelve el problema, el proceso de toma de decisiones termina; si no lo resuelve, habrá que poner en práctica otra de las alternativas planteadas anteriormente. Esta es la parte más importante de la estrategia de toma de decisiones: tener previstos distintos planes de acción, y en caso necesario, llevarlos a la práctica.
Decídete, ahora ya sabes cómo, y deja tu comentario.
Decidido, lo llevaré a la práctica.
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