Desde el libro Guiness de los Récords y con página web propia, más correcto sería decir, en su honor o tomándola como excusa pues hay un fructífero negocio bajo su débil resplandor, te traigo hoy la historia de una bombilla ya más que centenaria. Te hablo, claro está, de una bombilla centenaria, de las de toda la vida, de las que incendia miradas a su paso, incandescente, de las que parió Edison pues contemporánea suya fue (y con su larga vida, ¿de quién no?) que podría haber sido fabricada con sus manos porque la patente de su bombilla, que sólo perfeccionó, el invento fue de muchos y la posteridad sólo de los "avispados", es del año 1879, y nuestra protagonista vió (o debería escribir "dió") la luz en 1901, y que, según su portavoz, pues con la edad se le ha ido un poco la voz, "seguirá encendida mientras funcione".
La bombilla centenaria luce su palmito y la agonía de sus cuatro vatios de potencia en el parque de bomberos de Livermore-Pleasanton (California). Trabaja de forma continuada desde su instalación y se calcula que lleva cotizadas más de 820.000 horas (una bombilla de larga duración nos ofrece unas pálidas 20.000), una hazaña en estos días de precariedad laboral y, además, trabajando barato pues al precio actual y español de la energía, 0.145491 €/kWh, su abnegado esfuerzo nos ha salido más barato que el desayuno de un potentado, unos 120 €.
La bombilla incandescente es poco eficiente, consume demasiada electricidad en relación a la cantidad de luz que proporciona y disipa el resto en calor, más o menos, un 80 % de la energía consumida son pérdidas, y ese es el motivo de que tenga las horas contadas, no nuestra protagonista, todas las lámparas incandescentes en general, estando prevista para este año la retirada de este tipo de bombillas del mercado de la Unión Europea.
Viene ahora la segunda parte del cuento, el malo, el archienemigo de estos bienes hechos para durar: la obsolescencia programada, ese dispositivo que nos lleva a consumir compulsivamente ya que se nos ha convencido, el sistema es tan perverso que nos hace creer que hemos sido nosotros los que hemos elegido en ejercicio de nuestra individualidad, productos que no necesitamos, bien por su inutilidad, bien porque disponemos de otros con plena funcionalidad. Los diseñadores aceleran la obsolescencia y llenan los productos de detalles superfluos para su función objetiva pero que, gracias al marketing y la publicidad, sentimos como imprescindibles, de forma que las cosas se sustituyen no porque hayan agotado su vida útil sino porque los sentimos "pasados de moda", no porque hayan dejado de ser eficientes sino porque consideramos que su nuevo hermano es "más atractivo".
La necesidad de seguir produciendo, el sistema se autoalimenta, beneficio llama a beneficio, nos ha llevado a disminuir la calidad de los productos, a acortar su vida útil, a acercar su caducidad porque la felicidad pasa por una democratización del consumo, por la serialidad, por la acumulación, "tanto tienes, tanto vales".
Creemos participar de la globalidad, elegir por nosotros mismos porque formamos parte de una sociedad en la que la libertad se entiende como consumo, y nuestro gusto se ha visto afectado por la producción en serie y un empobrecimiento del producto, no sólo del manufacturado sino también del cultural, pues la creatividad y el talento están mediatizados por el mercado que impone sus reglas y aplasta con la enorme bota de la cultura de masas las manifestaciones artísticas que crecen en los márgenes de la oficialidad empresarial o, peor aún, reabsorbe estas manifestaciones, las enlata o las presenta en porexpan, y te las vende. La publicidad y el marketing han hecho de lo conocido un valor superior a lo mejor producido o a lo creativo, lo comercial triunfa sobre lo artístico y el individuo crece en un espejo, sin identidad propia, preocupado exclusivamente por seducir o ser seducido, la única realidad es la apariencia y el crecimiento intelectual y espiritual han pasado a un segundo plano.
Todo se compra y se vende: la cultura, el deporte, las noticias y los sueños. Por el camino, el sistema va dejando sin lástima un rastro de insatisfacción entre todos aquellos que no consiguen esos objetivos; son los marginados del sistema, los parados, los jóvenes que no acceden al trabajo, los jubilados que pierden su actividad y parte de su nivel económico.
Si crees que te engaño, si piensas que exagero, échale un vistazo a este par de noticias difundidas por RTVE el 17/03/12:
Largas colas para tener el nuevo IPad
Apple ofrece un plan renove para facilitar la compra del nuevo IPad
Te dejo también el documental de RTVE "Comprar, tirar, comprar" sobre la obsolescencia programada, ganador de numerosos galardones:
Puedes acceder al documental completo a través de este enlace.
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Creemos participar de la globalidad, elegir por nosotros mismos porque formamos parte de una sociedad en la que la libertad se entiende como consumo, y nuestro gusto se ha visto afectado por la producción en serie y un empobrecimiento del producto, no sólo del manufacturado sino también del cultural, pues la creatividad y el talento están mediatizados por el mercado que impone sus reglas y aplasta con la enorme bota de la cultura de masas las manifestaciones artísticas que crecen en los márgenes de la oficialidad empresarial o, peor aún, reabsorbe estas manifestaciones, las enlata o las presenta en porexpan, y te las vende. La publicidad y el marketing han hecho de lo conocido un valor superior a lo mejor producido o a lo creativo, lo comercial triunfa sobre lo artístico y el individuo crece en un espejo, sin identidad propia, preocupado exclusivamente por seducir o ser seducido, la única realidad es la apariencia y el crecimiento intelectual y espiritual han pasado a un segundo plano.
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